23. In-vierno frío (devorador de animales)
Paty me dijo que buscara a un tipo llamado El Comandante que estaría sentado en la puerta de un callejón horrible cerca a su casa, en la parte que Magdalena cae frente al mar. Dijo que estaba bien, que si no conseguía marihuana comprara cualquier cosa, un falso, un pay, lo que sea. Porque estaba desesperada y no podía ir por allá. Así que juntamos unas monedas y caminé de su casa hasta donde vivía El Comandante.
Era invierno y algo nos dolía en lo más hondo en nuestro corazón, nos dolían los huesos y la angustia de fumarnos un troncho nos consumía.
- ¿Tú eres El Comandante?
Un tipo al que le falta un brazo asiente de manera distraía, sentado al borde de una puerta en un callejón horrible, tal como lo dijo Paty.
- Dame un paco.
Le extendí varias monedas. El Comandante negó con la cabeza.
- Tengo falsos y ligas...
- Bueno, dame un falso.
El Comandante miró las monedas. Tenía que hacerlo con una sola mano. Me empecé a poner tenso. Pensé en Paty. Por ella cruzaría el océano Pacífico si me lo pedía. Era una tarde gris y se iba a hacer larga.
- Aquí tienes. -Era un papelito cuadriculado. Adentro había un polvito blanco, medio cristalino, medio arenoso. Apenas tuve tiempo de darle un probada con los dedos cuando El Comandante me botó a patadas.
- Mierda... -se me había entumecido la lengua.
Me encontré con Paty en la esquina y ella me dijo:
- ¿Qué fue?
- Conseguí esto -le enseñé el falso.
- Bueno, algo es algo.
- Y ahora qué hacemos.
Miramos la tarde caerse por el malecón de Magdalena, cerca a la Virgen.
- Vamos a otra parte.
- Sería bueno comprar una cerveza, ¿no crees? -Estábamos unas cuantas cuadras más allá.
- ¿Tienes dinero?
- Tengo algo para irme después a mi casa.
- Pues yo ni eso.
Sus ojos brillantes, enormes. En aquella época (creo que sería el invierno del 2001 ó 2002, no lo recuerdo) Droguerto y yo parábamos con Paty. Al parecer, era una historia como cualquier otra, que se repetiría una y otra vez, como una constante.
Llegamos al parque de la Pera, pasamos por el puericultorio Pérez Aranibar como quien cumple una condena.
- Bueno, aquí estamos. -Cuando llegamos, las nubes se abrieron y nos molestó un sol brillante, que contrastaba con los árboles y el mar, y la cocaína que inhalamos parados frente a la fachada de una casa, atentos, paranoicos, esperando a que algo ocurra.
- No me siento muy bien -dijo Paty, cuando se echó sobre el pasto verde, después de haber inhalado, deseando con todas sus fuerzas un vaso con agua o cualquier cosa que nos hiciera pasar este sabor en las fosas nasales y en la garganta. Teníamos las ideas como la punta de una navaja en nuestro cerebro.
- ¿Tú me quieres, Paty, de verdad me quieres? -pensé.
- Por qué no viniste con Droguerto -me preguntó después de unos minutos (aunque pudieron haber sido horas) y lo peor de todo es que el sol no se iba, continuaba esperando algo encima de nosotros como un jodido problema.
- No me vengas con estupideces -le dije.
- Oye, ¿qué te pasa?
De pronto me encontré muy molesto. Quería a Paty y estaba enamorado de ella, y Droguerto (todo el mundo sabe que Droguerto siempre ha estado enamorado de ella, la Hilacha me lo dijo) y el asunto es que ambos, Paty y yo, estábamos echados boca arriba, casi abandonados a nuestra suerte, frente al mar de Lima.
- Paty -le dije- sólo quiero saber si esto es real, si esta mano que está aquí junto a la tuya significa algo, si no estamos en algún tipo de película desquiciada del siglo XXX...
- ¿Qué te pasa? Mario, me estás poniendo muy nerviosa.
Me acerqué donde ella y la empecé a besar. Al principio la cosa estaba realmente rara, porque ambos habíamos inhalado cocaína y no habíamos bebido ni tomado agua, y el beso fue una especie de saboreo narcótico, como si bañaran en cocaína la lengua de alguien. Y era difícil saber si nos estábamos besando porque ninguno de los dos sentía nada, y todavía quedaba la mitad del falso en mi mochila...
- Es verdad -me dijo, una vez que nos habíamos besado lo suficiente. No lo habíamos disfrutado, pero siquiera nos habíamos acostumbrado.
- ¿Qué cosa? -le pregunté.
Seguí muy tenso.
- Lo que estamos viviendo. No es parte de ninguna película...
Y en seguida, agregó:
- Sería muy aburrida.
- En esta ciudad todos andamos muy deprimidos -pensé-, la compañía humana se paga con horas muertas, con drogas, o con cualquier otra cosa...
Fumábamos en un pasaje cerca a mi casa. Éramos Paty, Droguerto y yo una tarde como cualquier otra, fumando marihuana ponzoñosa que me habían vendido hacía algunos días en Magdalena. Escuchábamos El salmón todo el día y nos sentíamos muy identificados con eso. Nos sentíamos especiales, como una nueva especie de marginal del fin del mundo, del siglo XXI. Unos jóvenes decadentes, sin obra, que escuchábamos canciones inéditas de Andrés Calamaro todo el día hasta convertirlo en un dios...
Supongo que hablaríamos de algo por el estilo. Droguerto y Paty se besaban, o eso creo, por lo que yo me debía sentir muy deprimido y sucio, y a lo mejor me sentía una mierda y me jodía terriblemente lo de ellos dos (pero eso no significaba nada, ni siquiera alejarme de ellos, porque no tenía a nadie más) fue cuando se detuvo esta camioneta Pathfinder en una de las salidas del pasaje, y los tres nos quedamos mudos, inmóviles. No sé si teníamos un wiro encendido, o si yo vi a alguien parado en una de las ventanas de alguno de ésos edificios, mirando la discusión apasionada que teníamos sobre alguno de los discos de El salmón, moviendo la cabeza de un lado a otro.
El caso es que no nos hicimos mucho problema y nos pusimos de pié y caminamos hasta otro pasaje. Ahí terminamos de fumar el wiro con tranquilidad y decidimos continuar nuestro camino de regreso a casa. No nos dimos cuenta entonces, o creo que incluso Droguerto lo propuso: si queremos despistarlos de verdad, regresemos por donde vinimos. Y pudimos así habernos librado de aquellos policías. Pero eso no se dio.
Nos dieron el alcance antes de llegar a la avenida. Nos pidieron nuestros documentos. Cuando revisaron nuestras cosas, antes de hacernos subir, nos encontraron marihuana. No era mucha marihuana, ni de muy buena calidad. Pero igual, nos olieron los dedos y nos culparon de posesión. Posesión es una buena palabra, pensé. Suena muy bien. Me arrestaron por posesión. Nunca lo había pensado, pero sonaba muy bien de verdad.
Cuando nos vimos sentados en aquellos asientos de cuero (tan cómodos) escuchamos con atención las voces distorsionadas de aquellos policías intercambiando códigos indescifrables junto a sonidos eléctricos como en un sueño. Nos hicieron firmar unos documentos y nos preguntaron si vivíamos con nuestros padres:
- ¿Viven con sus padres?
- Sí.
- ¿Y qué piensan ellos de lo que hacen?
- ¿De lo que hacemos?
- Sí, ¿qué van a hacer cuando se enteren?
- Ah, pues, supongo que se van a desilusionar mucho... -respondí.
Cuadraron en una esquina. No quedaba muy lejos de dónde nos habían levantado y estaba cerca a un pasaje. Empezaron a jugar aquel juego del policía bueno y el policía malo, que es como aquel juego del burro y la zanahoria sólo que sin burro y sin zanahoria. Uno fingió desconcertarse mientras el otro le hablaba a un policía por radio. El policía de la radio (al que llamaremos policía corrupto número tres) exigía 100 soles. Si no los teníamos, no había trato. Mientras, el policía número uno, que fingía ser un buen policía, se lamentaba de todo tapándose la cara con ambas manos, y yo lo veía por el espejo retrovisor muy confundido con esto de la honradez y el esmero y cumplimiento del deber y etc...
- ¿Cuánto tienen?
- Entre Paty, él y yo... -dije, contando el dinero entre mis manos- tenemos 27 soles...
Habían dos billetes de diez, una moneda de cinco, una de cincuenta céntimos, ocho monedas de diez, una de veinte, un Halls negro y una pava...
- Qué.
- 27 soles, maestro...
- No me llames maestro.
- Bueno, eso es todo lo que tenemos.
El policía número dos se puso a renegar. Habló con su amigo por la radio, con el policía corrupto número tres, y se pusieron a discutir.
- Tengo más dinero en mi casa.
Droguerto me miró confundido
- Era para comprar un libro -dije.
El policía número uno me miró a los ojos por el espejo retrovisor. La verdad es que yo estaba mucho más joven y más delgado en ésa época. Eran otros tiempos. Escuchaba El salmón, me vestía de negro y por lo general usaba anteojos de sol en pleno invierno.
- ¿Dices que tienes en tu casa?
- Sí.
- ¿Cuánto?
- Como 40 soles.
- Algo es algo, jefe... -dijo Droguerto.
- Está bien... pero no me llames feje, no soy tu jefe... jodido drogadicto.
- Oiga -le dije-, usamos marihuana por un asunto médico, ¿sabe?...
El policía número uno volteó y nos miró a los tres. Era un policía bueno, sin duda alguna.
- ¿Cómo es eso?
- Mire, yo soy esquizofrénico. Y maniaco depresivo...
- Muy bien, muy bien -interrumpí-. Mi casa no queda lejos. Puedo ir por ese pasaje que usted ve allí, y regresar aquí con el dinero en cinco minutos.
Ambos policías nos miraron sin creérselo del todo.
- Solo puedes ir tú -dijo el policía corrupto número dos, mirándome a los ojos-. Los demás van a quedarse aquí, esperándote.
- OK.
Me bajé de la Pathfinder y entré por el pasaje que me llevó a otro pasaje. No sé qué habrá pasado todo ese tiempo en la camioneta Pathfinder con los policías corruptos, y tampoco me lo imagino. El caso es que caminé y caminé, y vi el cielo gris de la tarde caer encima mío. Sin duda alguna, era una tarde normal para los demás. Era una tarde normal en mi casa, con la televisión encendida y aquel olor a gas. Cogí el dinero y volví en dirección contraria, hacia la Pathfinder. Antes de llegar allí, la idea de abandonar a mis amigos y huir con el dinero cruzó por mi cabeza un instante. También se cruzó una canción de Andrés Calamaro llamada “Revistas”, y antes de darle el encuentro a los policías me puse mis anteojos negros para el sol.
Paty me dijo que buscara a un tipo llamado El Comandante que estaría sentado en la puerta de un callejón horrible cerca a su casa, en la parte que Magdalena cae frente al mar. Dijo que estaba bien, que si no conseguía marihuana comprara cualquier cosa, un falso, un pay, lo que sea. Porque estaba desesperada y no podía ir por allá. Así que juntamos unas monedas y caminé de su casa hasta donde vivía El Comandante.
Era invierno y algo nos dolía en lo más hondo en nuestro corazón, nos dolían los huesos y la angustia de fumarnos un troncho nos consumía.
- ¿Tú eres El Comandante?
Un tipo al que le falta un brazo asiente de manera distraía, sentado al borde de una puerta en un callejón horrible, tal como lo dijo Paty.
- Dame un paco.
Le extendí varias monedas. El Comandante negó con la cabeza.
- Tengo falsos y ligas...
- Bueno, dame un falso.
El Comandante miró las monedas. Tenía que hacerlo con una sola mano. Me empecé a poner tenso. Pensé en Paty. Por ella cruzaría el océano Pacífico si me lo pedía. Era una tarde gris y se iba a hacer larga.
- Aquí tienes. -Era un papelito cuadriculado. Adentro había un polvito blanco, medio cristalino, medio arenoso. Apenas tuve tiempo de darle un probada con los dedos cuando El Comandante me botó a patadas.
- Mierda... -se me había entumecido la lengua.
Me encontré con Paty en la esquina y ella me dijo:
- ¿Qué fue?
- Conseguí esto -le enseñé el falso.
- Bueno, algo es algo.
- Y ahora qué hacemos.
Miramos la tarde caerse por el malecón de Magdalena, cerca a la Virgen.
- Vamos a otra parte.
- Sería bueno comprar una cerveza, ¿no crees? -Estábamos unas cuantas cuadras más allá.
- ¿Tienes dinero?
- Tengo algo para irme después a mi casa.
- Pues yo ni eso.
Sus ojos brillantes, enormes. En aquella época (creo que sería el invierno del 2001 ó 2002, no lo recuerdo) Droguerto y yo parábamos con Paty. Al parecer, era una historia como cualquier otra, que se repetiría una y otra vez, como una constante.
Llegamos al parque de la Pera, pasamos por el puericultorio Pérez Aranibar como quien cumple una condena.
- Bueno, aquí estamos. -Cuando llegamos, las nubes se abrieron y nos molestó un sol brillante, que contrastaba con los árboles y el mar, y la cocaína que inhalamos parados frente a la fachada de una casa, atentos, paranoicos, esperando a que algo ocurra.
- No me siento muy bien -dijo Paty, cuando se echó sobre el pasto verde, después de haber inhalado, deseando con todas sus fuerzas un vaso con agua o cualquier cosa que nos hiciera pasar este sabor en las fosas nasales y en la garganta. Teníamos las ideas como la punta de una navaja en nuestro cerebro.
- ¿Tú me quieres, Paty, de verdad me quieres? -pensé.
- Por qué no viniste con Droguerto -me preguntó después de unos minutos (aunque pudieron haber sido horas) y lo peor de todo es que el sol no se iba, continuaba esperando algo encima de nosotros como un jodido problema.
- No me vengas con estupideces -le dije.
- Oye, ¿qué te pasa?
De pronto me encontré muy molesto. Quería a Paty y estaba enamorado de ella, y Droguerto (todo el mundo sabe que Droguerto siempre ha estado enamorado de ella, la Hilacha me lo dijo) y el asunto es que ambos, Paty y yo, estábamos echados boca arriba, casi abandonados a nuestra suerte, frente al mar de Lima.
- Paty -le dije- sólo quiero saber si esto es real, si esta mano que está aquí junto a la tuya significa algo, si no estamos en algún tipo de película desquiciada del siglo XXX...
- ¿Qué te pasa? Mario, me estás poniendo muy nerviosa.
Me acerqué donde ella y la empecé a besar. Al principio la cosa estaba realmente rara, porque ambos habíamos inhalado cocaína y no habíamos bebido ni tomado agua, y el beso fue una especie de saboreo narcótico, como si bañaran en cocaína la lengua de alguien. Y era difícil saber si nos estábamos besando porque ninguno de los dos sentía nada, y todavía quedaba la mitad del falso en mi mochila...
- Es verdad -me dijo, una vez que nos habíamos besado lo suficiente. No lo habíamos disfrutado, pero siquiera nos habíamos acostumbrado.
- ¿Qué cosa? -le pregunté.
Seguí muy tenso.
- Lo que estamos viviendo. No es parte de ninguna película...
Y en seguida, agregó:
- Sería muy aburrida.
- En esta ciudad todos andamos muy deprimidos -pensé-, la compañía humana se paga con horas muertas, con drogas, o con cualquier otra cosa...
Fumábamos en un pasaje cerca a mi casa. Éramos Paty, Droguerto y yo una tarde como cualquier otra, fumando marihuana ponzoñosa que me habían vendido hacía algunos días en Magdalena. Escuchábamos El salmón todo el día y nos sentíamos muy identificados con eso. Nos sentíamos especiales, como una nueva especie de marginal del fin del mundo, del siglo XXI. Unos jóvenes decadentes, sin obra, que escuchábamos canciones inéditas de Andrés Calamaro todo el día hasta convertirlo en un dios...
Supongo que hablaríamos de algo por el estilo. Droguerto y Paty se besaban, o eso creo, por lo que yo me debía sentir muy deprimido y sucio, y a lo mejor me sentía una mierda y me jodía terriblemente lo de ellos dos (pero eso no significaba nada, ni siquiera alejarme de ellos, porque no tenía a nadie más) fue cuando se detuvo esta camioneta Pathfinder en una de las salidas del pasaje, y los tres nos quedamos mudos, inmóviles. No sé si teníamos un wiro encendido, o si yo vi a alguien parado en una de las ventanas de alguno de ésos edificios, mirando la discusión apasionada que teníamos sobre alguno de los discos de El salmón, moviendo la cabeza de un lado a otro.
El caso es que no nos hicimos mucho problema y nos pusimos de pié y caminamos hasta otro pasaje. Ahí terminamos de fumar el wiro con tranquilidad y decidimos continuar nuestro camino de regreso a casa. No nos dimos cuenta entonces, o creo que incluso Droguerto lo propuso: si queremos despistarlos de verdad, regresemos por donde vinimos. Y pudimos así habernos librado de aquellos policías. Pero eso no se dio.
Nos dieron el alcance antes de llegar a la avenida. Nos pidieron nuestros documentos. Cuando revisaron nuestras cosas, antes de hacernos subir, nos encontraron marihuana. No era mucha marihuana, ni de muy buena calidad. Pero igual, nos olieron los dedos y nos culparon de posesión. Posesión es una buena palabra, pensé. Suena muy bien. Me arrestaron por posesión. Nunca lo había pensado, pero sonaba muy bien de verdad.
Cuando nos vimos sentados en aquellos asientos de cuero (tan cómodos) escuchamos con atención las voces distorsionadas de aquellos policías intercambiando códigos indescifrables junto a sonidos eléctricos como en un sueño. Nos hicieron firmar unos documentos y nos preguntaron si vivíamos con nuestros padres:
- ¿Viven con sus padres?
- Sí.
- ¿Y qué piensan ellos de lo que hacen?
- ¿De lo que hacemos?
- Sí, ¿qué van a hacer cuando se enteren?
- Ah, pues, supongo que se van a desilusionar mucho... -respondí.
Cuadraron en una esquina. No quedaba muy lejos de dónde nos habían levantado y estaba cerca a un pasaje. Empezaron a jugar aquel juego del policía bueno y el policía malo, que es como aquel juego del burro y la zanahoria sólo que sin burro y sin zanahoria. Uno fingió desconcertarse mientras el otro le hablaba a un policía por radio. El policía de la radio (al que llamaremos policía corrupto número tres) exigía 100 soles. Si no los teníamos, no había trato. Mientras, el policía número uno, que fingía ser un buen policía, se lamentaba de todo tapándose la cara con ambas manos, y yo lo veía por el espejo retrovisor muy confundido con esto de la honradez y el esmero y cumplimiento del deber y etc...
- ¿Cuánto tienen?
- Entre Paty, él y yo... -dije, contando el dinero entre mis manos- tenemos 27 soles...
Habían dos billetes de diez, una moneda de cinco, una de cincuenta céntimos, ocho monedas de diez, una de veinte, un Halls negro y una pava...
- Qué.
- 27 soles, maestro...
- No me llames maestro.
- Bueno, eso es todo lo que tenemos.
El policía número dos se puso a renegar. Habló con su amigo por la radio, con el policía corrupto número tres, y se pusieron a discutir.
- Tengo más dinero en mi casa.
Droguerto me miró confundido
- Era para comprar un libro -dije.
El policía número uno me miró a los ojos por el espejo retrovisor. La verdad es que yo estaba mucho más joven y más delgado en ésa época. Eran otros tiempos. Escuchaba El salmón, me vestía de negro y por lo general usaba anteojos de sol en pleno invierno.
- ¿Dices que tienes en tu casa?
- Sí.
- ¿Cuánto?
- Como 40 soles.
- Algo es algo, jefe... -dijo Droguerto.
- Está bien... pero no me llames feje, no soy tu jefe... jodido drogadicto.
- Oiga -le dije-, usamos marihuana por un asunto médico, ¿sabe?...
El policía número uno volteó y nos miró a los tres. Era un policía bueno, sin duda alguna.
- ¿Cómo es eso?
- Mire, yo soy esquizofrénico. Y maniaco depresivo...
- Muy bien, muy bien -interrumpí-. Mi casa no queda lejos. Puedo ir por ese pasaje que usted ve allí, y regresar aquí con el dinero en cinco minutos.
Ambos policías nos miraron sin creérselo del todo.
- Solo puedes ir tú -dijo el policía corrupto número dos, mirándome a los ojos-. Los demás van a quedarse aquí, esperándote.
- OK.
Me bajé de la Pathfinder y entré por el pasaje que me llevó a otro pasaje. No sé qué habrá pasado todo ese tiempo en la camioneta Pathfinder con los policías corruptos, y tampoco me lo imagino. El caso es que caminé y caminé, y vi el cielo gris de la tarde caer encima mío. Sin duda alguna, era una tarde normal para los demás. Era una tarde normal en mi casa, con la televisión encendida y aquel olor a gas. Cogí el dinero y volví en dirección contraria, hacia la Pathfinder. Antes de llegar allí, la idea de abandonar a mis amigos y huir con el dinero cruzó por mi cabeza un instante. También se cruzó una canción de Andrés Calamaro llamada “Revistas”, y antes de darle el encuentro a los policías me puse mis anteojos negros para el sol.
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